Acudo en calidad de delegado regio a una ofrenda que desde hace siglos es un punto de encuentro. Un encuentro entre épocas distintas que tienen en común los valores esenciales del ser humano. En cada una de ellas, a pesar de todas las vicisitudes adversas, siempre se abre lo mejor de la humanidad permitiendo nuevos pasos adelante en una incesante peregrinación.
Se produce también un encuentro de gentes diversas para las que la Traslación del Apóstol Santiago inspira sentimientos de profunda hermandad. El largo viaje, la larga espera y la larga tradición que llega hasta nuestro siglo, son vistas como una metáfora reconfortante por gentes y pueblos de diferente origen y condición. Representar en esta ceremonia a Su Majestad el Rey Felipe VI es un motivo para subrayar el imprescindible papel unificador de la Corona de España, reconocido por la Constitución como Monarquía parlamentaria.
Tradición y modernidad, costumbre e innovación, permanencia y cambio, se dan cita en esta institución constitucional refrendada por el pueblo que encarna la permanencia y armonía de la Nación. Esa síntesis de principios está muy presente aquí en esta catedral que ha sido reinaugurada hace pocos días.
Siglos de historia y devoción han recobrado su antiguo esplendor gracias al trabajo de modernos artesanos que han utilizado técnicas y destrezas de nuestro tiempo para garantizar la pervivencia de un monumento que quiere ser eterno. A todos estos artesanos del siglo XXI que nos han asombrado con su destreza, nuestro reconocimiento.
Ha sido un triunfo de la tenacidad. Es una ofrenda que hoy tributamos al Patrón de España, convencidos de que ésta es un hogar común de los gallegos, españoles, europeos y de cualquier peregrino de cualquier lugar del mundo que se acerque a Compostela. Esta es la renovación integral del mayor símbolo de la Galicia universal. La mayor expresión artística y espiritual de esta tierra.
Hoy, más que nunca, afloran en la Catedral de Occidente el testimonio de los estilos y los tiempos que han transcurrido frente a ella. Y que seguirán transcurriendo, gracias a este esfuerzo colectivo del que todos nos sentimos parte, el mayor hecho desde su consagración en 1211.
No debiéramos desperdiciar el simbolismo que encierra esta magna obra de recuperación, imposible sin la cooperación institucional y el esfuerzo mancomunado de mucha gente. Una nación, una comunidad política, es como una catedral compuesta de numerosos elementos y en la que conviven varios estilos.
Prosperan aquellas que hacen de la diversidad una síntesis, y encallan las que están a merced de antagonismos crónicos. Este recinto catedralicio viviría todavía en los sueños de nuestros antepasados si se hubieran impuesto entonces quienes hacían bandera de la desunión. No fueron destructores sino constructores los que levantaron esta nave y consagraron este altar ante el que se admira el peregrino. Galicia, España, Europa y la comunidad internacional son catedrales hechas por hombres y mujeres para honrar la convivencia.
Está en nuestras manos preservarlas, protegerlas y restaurarlas como hemos hecho en este templo que nos acoge. Nos encontramos hoy en un recinto que no yuxtapone, sino que une aportaciones artísticas y arquitectónicas que proceden de tendencias diversas.
Sin embargo, admiramos y amamos la catedral de Santiago en su conjunto, sin señalar una de sus partes y rechazar las otras porque se trata de una sinfonía donde los instrumentos son diferentes pero la melodía, única. Armonía: He ahí el mensaje que nos envía el culto Xacobeo.
He ahí la idea fecunda que atrae a los peregrinos a este fin de occidente convertido en principio. Armonía para afianzar el sentimiento comunitario y armonía para superar desafíos como el planteado por la pandemia del covid-19. Ha sido el año que se despide un tiempo aciago, dominado por la tristeza, por el temor y la muerte. Muchos fueron los seres queridos, amigos, allegados y compatriotas cuya vida fue arrebatada antes de tiempo. Muchos los hospitalizados y los que sufrieron y aún sufren la enfermedad. Pero también ha sido el año en el que la humanidad recobró su auténtica dimensión.
En medio de la desgracia recordamos que el ser humano es capaz de realizar grandes proezas, conocidas en algunas pocas ocasiones y casi siempre anónimas. Sanitarios, asistentes sociales, cuidadores, agentes, militares, profesores, mensajeros, vendedores, formaron un ejército pacífico de la solidaridad que finalmente ha triunfado.
Asimismo el trabajo científico de numerosos investigadores logra que este final de año venga marcado por el signo de la esperanza, y no por el del pesimismo.
Que así sea.